Frankenstein o el moderno Prometeo del siglo XXI (Capitulo 6)

                              Capítulo 6

                                          
                                   8º Correo electrónico 


13-5-2008
Para: Alicia Gómez Maldonado

Asunto: Viaje

Hola Ali, este libro me sorprende cada vez más.
"Esa chica, esa que te hace desviar la mirada y quedarte en blanco, esa era Ashley, un poco timida, pero encantadora, de tez muy blanca, morena y con ojos verdes, inteligente y guapísima; era perfecta; en esos momentos no sabía lo importante que esa chica sería para mi en un futuro".
Esa era una parte del libro, ese tal Mason cuenta sus memorias en él, y, sinceramente, no me hubiera gustado estar en su lugar; sigo leyendo:
"Ashley era mi vecina, y desde pequeños siempre habíamos estado juntos, se llevaba muy bien con mi familia y con todo el mundo en general. 
Pasaron los años sin nada interesante que contar, todo era monotonía; un día, mi padre me dijo: "Mans (era el único que me llamaba así), sabes que nunca me ha gustado eso que quieres estudiar, me parece una perdida de tiempo y creo que deberías dedicar tu talento a otra cosa, pero si puedo ayudarte a conseguir algo que realmente deseas, lo haré".
En marzo de 1989, conseguí entrar en la universidad de Princeton, ese fue el día más feliz de mi vida, ir a la universidad era un sueño hecho realidad, tras unos meses de espera, me despedí de mi familia, de Ashley y de mis amigos.
Tenía que viajar en avión hasta Nueva Jersey, una vez allí, después de descansar y de instalarme en casa de un amigo de mis padres, me dirigí hacia la universidad, aún no habían empezado las clases, en la entrada  me recibió el director, que me presentó a los demás profesores, todos parecían agradables, y tras hablar unos minutos, me enseñaron las clases, tenían una reunión, por lo que se fueron, yo también me disponía a irme, pero oí un ruido muy fuerte, como si alguien se hubiera caído; el ruido provenía del laboratorio, cuando entré, ví a un hombre trabajando, parecía muy nervioso, el golpe había sido de una probeta que se había caído; empezamos a hablar, se llamaba John Torrance.
Pasados los años John y yo nos hicimos muy buenos amigos.
Un día, cuando estábamos paseando por las calles de Princeton, me dijo: "Oye Mason, tengo que contarte una cosa, cuando nos conocimos, yo padecía una enfermedad incurable, y como científico, intente encontrar una cura y estas son las consecuencias" John me enseñó unas manchas grisáceas que le habían salido en el brazo, me explicó que se había inyectado ciertas sustancias prohibidas, y aunque, en un principio, se sintió mejor, empezó a notar cambios extraños en su cuerpo.



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